jueves, noviembre 29, 2007

DE REFUGIO (III parte)




... Vuelves a mí sonriendo. Ya comprendo. Siento un ligero temblor, pero no digo nada. Sin decir palabra abro los brazos en cruz y tú con parsimonia atas cada muñeca a un extremo del cabecero. Después comienzas a actuar: tu lengua se acerca a mi cara y empieza a lamer mi frente, mis ojos, mi nariz, los pómulos, mi corta barba, las orejas, el cuello, la barbilla... Siento la humedad y el frescor en mi piel, el olor de tu saliva que me excita, y el contraste de mis labios calientes, ansiosos, que tanto anhelan tu boca. Por fin comienzas a mordérmelos despacio, secamente, casi haciéndome daño, sin tocarme con los labios. Me vuelvo loco. Me doy entonces cuenta de que estoy inmóvil, atado y sin capacidad de reacción, sin iniciativa, a tu merced. Cada vez que saco la lengua tratando de alcanzarte te apartas rápidamente y me castigas con unos instantes de separación, chistándome como a un niño travieso. Luego vuelves de nuevo al ataque. Finalmente devoras materialmente mi boca, tragas mis gruesos labios con facilidad, hundes tu lengua en mi garganta, casi me ahogas, mi nuca contra los barrotes y mis brazos inmovilizados. Nunca un beso me ha hecho sentir igual. Después, tu lengua recorre cada centímetro de mi cuerpo, como habías prometido, sin prisa, deteniéndose en los lugares más insospechados dejando a veces jugar a los dientes con mis pezones o pasándola lentamente por entre los dedos de los pies... y dejando mi pene intacto... para el final. Curiosamente, echo de menos tu lengua en mi espalda, o en el culo, que te son inaccesibles y siguen esperando su turno, y me siento como flotando, como recorrido por insectos, al tratarse de suaves y húmedos lametones, al faltar la caricia firme de los dedos, la presión de la mano sobre mi carne. De ese modo, la incapacidad de mover mis manos me hace sentir mucho más desvalido y extraordinariamente excitado. Al tiempo, mi pene se debate en el aire buscando atención, acusando con ligeras sacudidas y espasmos cada escalofrío que me provoca tu lengua sobre la piel de las axilas, el ombligo, los pies, los pezones...


Hasta que al fin te apiadas y la acoges en tu boca calida y blanda, húmeda y hospitalaria, provocando corrientes eléctricas que me recorren de arriba abajo. Son solo unos segundos, porque cuando pienso que estoy a punto de correrme, la sueltas y te separas, dejándola en el aire, agitada... De pronto, tu expresión cambia, como si se te hubiera ocurrido algo repentinamente. De vuelves de espaldas a mí, de pie en la cama, te agachas despacio y me ofreces la visión de tu culo. Estás tan cerca que casi noto su calor. Trato de llegar con la lengua, pero faltan unos milímetros. Con las manos te abres las nalgas y veo tu ano acercarse a mi cara. Por fin, te apiadas y me dejas llegar, primero a los cachetes fríos, que lamo con toda mi lengua fuera; luego, poco a poco, dejas que me hunda entre ellos y llegue al orificio enmarcado en vello que quema mi boca. Ahora sí, puedo hozar en tu cuerpo, lamer, llenar de saliva, meter mi lengua dentro de ti mientras escucho tus gemidos y aguanto la respiración con mi nariz aprisionada entre tus nalgas. Tú acercas más tu culo a mí y lo mueves de arriba abajo, restregándolo por mi cara, mi frente y mi barbilla, presionando mi cabeza contra los barrotes de la cama. Al tiempo veo como te acaricias las bolas, apretadas como una naranja y sueño con que me desates para tocarlas, al tiempo que alargo la lengua para alcanzarlas. Pero no llego. Tengo que conformarme con disfrutar de tu culo palpitante, aprisionando mi lengua, tragándola con voracidad mientras tus vellos cosquillean mi nariz.Al rato te separas, dejándome con la lengua fuera y la cara empapada con mi saliva y tu sudor. Te agachas frente a mí, con esa misma expresión extraña de antes, algo inquietante. Tienes la facultad de inquietarme, de hacer que me pregunte qué estarás pensando en cada momento, por dónde saldrás ahora... y eso me excita. Cierras mis piernas y te arrodillas frente a mí tomando mi cara entre tus manos. Siento tu culo húmedo sobre mis rodillas y tus bolas rozar mis muslos mientras, acercando tu boca a la mía y mirándome fijamente, susurras muy lentamente: "Ahora... te voy a coger...". Respiro hondo. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo; pero tu añades muy lentamente, apretando mis mejillas con tus manos y sin dejar de mirarme: "No es lo que tú te crees... Te voy a coger este pene brutal que tienes... me la voy a meter hasta que me canse de ella; y no se te ocurra correrte -adviertes- antes de que yo te lo diga..." Me siento confuso. Estoy deseando que me cojas, que me penetres, que me hagas tuyo, y sin embargo tu prefieres gozarme de esta otra forma. Me preocupa no poder aguantar sin correrme, de tan caliente que me tienes.


Tú te acercas más y empiezas a besarme los labios muy dulcemente. Cierro los ojos y me abandono al placer de sentir la suavidad de tu boca y el calor de tu aliento mientras tu mano agarra mi pene y noto la presión de tu ano contra el glande unos instantes, hasta que cede y abre paso a mi carne rodeándola de calor. Noto mi pene entrando en ti sin esfuerzo, poco a poco, mientras un tenue jadeo se mezcla con tus besos, hasta que por fin llega al fondo de tu cuerpo y siento tus bolas reposar sobre mi vientre y tu culo aprisionar con fuerza la base de mi pene. La siento palpitar dentro de ti, y pienso que en cuanto te muevas unos milímetros- me voy a correr sin remedio. Pero tú no te mueves. Te quedas inmóvil unos segundos y luego rodeas mi cintura con tus piernas y sigues besándome con dulzura los labios, la cara, el cuello.


Tus manos se desplazan con suavidad sobre mi piel y me acaricias el pecho y los brazos. Luego comienzas a besármelos mientras recorres mi espalda con tus uñas, erizándome la piel. Estás un buen rato acariciándome y besándome, mientras tus piernas van cerrando más el abrazo y fundiendo nuestros cuerpos. Noto el calor de tu polla palpitar contra mi vientre. Me siento feliz dándote placer; sólo me faltaría poder abrazarte y estrecharte contra mí, pero no me atrevo a pedirlo; al menos puedo sentir tus labios en mi cuello, tu pelo rozando mi mejilla y tus manos recorriendo mi espalda. Al rato, comienzas a mover tu culo de arriba abajo lenta pero rítmicamente, y siento que voy a explotar, que no puedo más. Te lo digo y te detienes. Pareces algo contrariado. Te levantas, sacándome de tu cuerpo, mientras replicas, burlón: "Vaya, no te ha gustado, eh? A ver si esto te gusta más...". Con en gesto me indicas que me de la vuelta. No es fácil ponerse boca abajo en esa cama, teniendo las muñecas atadas al cabecero, pero a duras penas lo logro, quedando con la cabeza sobre mis brazos, la mejilla junto a los barrotes, la espalda y el culo a tu merced, sobre todo cuando he tenido que retraer las rodillas para conseguirlo. Logro acomodarme en una postura que no es ni de rodillas ni a cuatro patas, sino una mezcla de las dos, pero que parece gustarte pues pasas tu mano suavemente por mi vello lumbar y la bajas acariciándome el culo con un murmullo de aprobación. Me alivia ver que te agrada. Tu caricia en mi culo hambriento de contacto me ha erizado la piel. Arqueo la espalda y levanto más mis nalgas ofreciendo mi culo en pompa a tus caricias. Sonríes al deslizar tus dedos por entre mis cachetes y comprobar que mi polla se agita en el aire al sentir el contacto de tus yemas orlando mi ano. Separo más las rodillas para abrirte paso. Abro mis nalgas cuanto puedo; mi agujero se dilata rítmicamente como la boca de un pez. Con tus dedos recuperas una gota que cae en forma de hilillo desde mi glande y la aplicas a mi ano, lubricándolo untuosamente y provocando mis gemidos. Abres más mis nalgas.


Arrodillado tras de mí juegas con tus dedos en mi culo, metiendo y sacando la yema, pellizcándome los bordes, mientras con tus dientes mordisqueas hasta señalarlas mis nalgas erizadas y brillantes de sudor.Se ha hecho casi de noche. Los últimos rayos del crepúsculo azulean tras la ventana de la cabaña. Te incorporas y sacas algunas lamparillas de tu mochila que vas encendiendo y distribuyendo. El ambiente se vuelve más romántico y al tiempo yo puedo verte deambular desnudo por la cabaña y disfrutar de la visión de tu cuerpo. -Tienes nombre de estatua... y cuerpo de estatua... y cara de estatua... Sonríes y vuelves a colocarte tras de mí. Me acaricias los hombros y me besas el cuello. Cierro los ojos para hacer mi confesión.-No puedo más... Por favor, Quiero ser tuyo completamente, sentirte dentro de mí. Te lo ruego...


Continuará...

jueves, noviembre 22, 2007

DE REFUGIO (II parte)



...Tu respiración se hace más agitada y cuando me ves desnudo, arrodillado, con la espalda bruñida y brillante por las gotas que aun la perlan, secándote suavemente las piernas, Cierras los ojos, respiras hondo, veo con satisfacción que te gusta.

Te pido que salgas de la ducha, que te tumbes en la cama y lo haces, boca abajo. Ahora puedo pasarte toda mi lengua por la piel, notar tu vello en mis labios y en mi cara, abarcando poco a poco toda la superficie de tu cuerpo y provocando que se te ponga la piel de gallina. Al llegar al culo noto que te arqueas un poco, levantando las nalgas hacia mi cara y abriendo un poco los glúteos. Eso me permite ver un pequeño bosque de pelos circundando un agujero fruncido, apretado y oscuro. Paso mi lengua por entre tus nalgas y estas se abren más aun para mí, hasta permitirme llegar a tu ano. Ahí mi lengua se entretiene y tú te dejas hacer mientras emites un suave murmullo parecido a un gemido y aprietas con tus manos los barrotes de la cama. Luego subo por tus nalgas y tu espalda y te lamo suavemente los hombros y la nuca. Estoy casi encima de ti, aunque me mantengo despegado para no tocarte, pero no puedo evitar que mi pene duro descanse sobre tus nalgas, que tu abres y cierras como queriendo aprisionarla.

De pronto te das la vuelta, tumbado sobre la espalda bajo el arco de mis brazos, quedamos de frente, nuestros penes se tocan, me miras fijamente a pocos centímetros de mi cara, como diciendo "atrévete a besarme", pero no me invitas, ni me besas, así que no me atrevo y comienzo a lamer tu pecho, tus pezones, tu vientre... De pronto siento tus manos en mi cabeza. Tus dedos la rodean y con una suave presión la empujan, la dirigen, sin fuerza, pero con seguridad.

Con la misma autoridad en el gesto empujas mi cabeza hacia tu hermoso pene. Es la señal. Me das permiso. La veo frente a mis ojos, a escasos milímetros, palpitando, irradiando su calor. Es como tus manos, como todo tu cuerpo, todo en ti es más... desprende energía y atrae como un imán. El simple gesto de acariciar el suave vello de tu piel me hace sentir electricidad en las yemas de mis dedos.
Saco la lengua y la aplico a tu pene, lamiendo su base como un poseso, arrastrándola por tu vello, acariciando la bolsa, subiendo hasta el glande, sintiéndola palpitar y agitarse, hincharse; por fin la abrazo con mis labios y la dejo entrar en mi boca, traspasar los dientes y hundirse en mi garganta. Mi boca se inunda de su calor y siente cómo se agita contra sus paredes. La rodeo con mi lengua y compenso su presión mientras comienzo mi vaivén hundiendo mi nariz una y otra vez en el vello de tu ingle...



De pronto, siento como tus manos apartan mi cabeza de mi golosina, qué desilusión... tu pene queda ahí, agitándose brillante de saliva en el aire. Te miro, tu expresión es nuevamente directa, fría, y sin embargo amistosa. Inspira confianza. Sin decir nada te levantas y me empujas suavemente hacia el cabecero. Quitas la almohada y me sientas a mí en su lugar, de espaldas a los barrotes de la cama. Abres y extiendes mis piernas y observas un segundo mi pene enhiesto e hinchado, de un color cárdeno ya casi morado. Te separas de la cama y te acercas a la silla sobre la que hemos tirado nuestra ropa una hora antes. El vaivén de tu culo al caminar... hummm esos pocos pasos me vuelven loco.



Diosss!!! recordarlo me pone mal...

Continuará...

martes, noviembre 13, 2007

DE REFUGIO...




Algo alejado de los medios, pero permitiéndome conocer a alguien especial; tan especial que ha hecho que me desconecte de tantas cosas, personas y actividades que aun no lo he de creer. Alguien me dijo una vez: "Date tiempo que por allí viene ese alguien que esperas". No me atrevería decir que llegó, pero tan solo recordar lo bonito que la pasamos juntos es suficiente como para aceptarlo.

Después de varias citas, encuentros tranquilos como de "amigos", cafés, cines, y conversas domingueras muy agradables, me invito a conocer un refugio en la montaña que le gustaba mucho cuando niño. Acepte la invitación, entre risas, comentarios y fotografías hemos llegado juntos al refugio de montaña, después de una larga caminata bajo el sol. Estamos deseando ducharnos y descansar, aunque mis pensamientos corren vertiginosamente y me hago muchas preguntas...

Después de inspeccionar la cabaña me propone darnos una ducha. La verdad es que no es una proposición sino una instrucción, casi una orden: "Vamos a ducharnos, ¿vale?", suavizada por esa consulta al final, que no volveré a escuchar de tus labios. La verdad es que organizas las cosas con tanta naturalidad que uno no siente deseos de discutir. Así ha sido con la excursión, que fue idea tuya. Ahora me dices que pase yo primero mientras tú deshaces el bolso.

La ducha es de esas que cae al suelo directamente, sin cortina, y la disfruto plenamente. Sin embargo, al rato de estar bajo el agua, entras desesperadamente en el baño, envuelto en una toalla. Me sobresalto un poco, pero trato de mostrarme natural. Tú ni siquiera me miras; pones los objetos de un neceser sobre la repisa con calma y yo sigo a lo mío. Cuando terminas, te quitas la toalla y vienes hacia mí. No sé por qué me inquieto y mi corazón late más fuerte. No me atrevo a mirarte abiertamente, hasta que te oigo decir:

"La verdad es que tienes un cuerpo magnífico." Yo entonces aprovecho para contemplarte -admirarte más bien- unos segundos y digo estúpidamente: "Tú tampoco estás mal..."

Tú te ríes abiertamente bajo el haz de lluvia, más de mi torpeza que de la frase, y con toda naturalidad me quitas la esponja y empiezas a enjabonarme el pecho. Yo me dejo hacer, algo azorado. Intento hacer lo mismo contigo con la pastilla de jabón, pero me lo impides: "No, tú no me puedes tocar", dices con naturalidad. Me quedo algo desconcertado con esa salida, pero no protesto, me dejo hacer.

El caso es que al cabo de un rato me has puesto a cien en el baño, enjabonándome con tus propias manos e impidiendo que te toque. Y yo me abandono a mis pensamientos y te dejo actuar. Yo soñaba con algo así desde que nos vimos, ¿recuerdas? cuando yo estaba en lo alto de la tarima bailando y tu me mirabas desde abajo con una sonrisa burlona, pero fijamente a los ojos. No te interesabas en mirarme el cuerpo como todos, en llevar tus ojos a las zonas por las que yo pasaba mis manos retirando las ropas, como hacían los demás; tú te dedicabas a mirarme retador directamente a los ojos, como queriendo hipnotizarme, como diciendo: "No me preocupa tu cuerpo, no me impresiona; ya lo tendré cuando quiera". Conseguiste ponerme nervioso, y cuando acabé el número y bajé, me sonreíste y con un gesto me invitaste a la barra. Te seguí sin darme cuenta de que estaba casi desnudo, que todos me miraban con deseo y a ti con envidia, y dejé que pidieras agua para mí al camarero sin ni siquiera consultarme.

Después solo recuerdo tus miradas, tu expresión alternativamente dulce o autoritaria, y tu invitación para ese fin de. Y... como te marchaste cuando yo ya esperaba que me invitaras a salir contigo, dejándome en la barra con la repentina sensación de estar desnudo. Todo esto lo recordé en la ducha, mientras me enjabonabas. De pronto dices que me vas a "mejorar", y te diriges a la repisa. Tomas tu maquina de afeitar y sobre la espuma que se ha formado con el gel empiezas a afeitarme, bordeando con cuidado los pezones que se han puesto duros, bajas por el vientre y llegas al pubis, que también afeitas, dejándome brillante y suave. Yo mientras puedo recrearme en la visión de tu cuerpo, parecido al mío, menos delgado pero más fibroso. Y en la expresión atenta de tus ojos, entre divertida y fascinada, mientras me afeitas...

Después de aclararme bien con la ducha de teléfono, dándome un masaje con la misma en la polla y los huevos, escurres el agua pasando tus manos por mi piel. Luego -tras recordarme que no debo tocarte- comienzas a lamerme por toda la superficie de mi piel, aunque evitando mi sexo, hasta dejarme casi seco. El contacto de tu lengua me pone más caliente y mi piel se eriza. Luego me haces salir de la ducha y me dejas de pie, mirando como te duchas tú, te enjabonas, te extiendes bien la espuma mirándome con una sonrisa retadora, envolviendo bien tu pene empalmada, y finalmente te aclaras. Cuando tomas la toalla para secarte, te la quito y comienzo a secarte. Intentas protestar, pero no puedes negarte porque no te estoy tocando con las manos. Paso la toalla suavemente por tu piel y me entretengo sobre todo en tus axilas, en los pezones, en la ingle y sobre todo en tus nalgas...

Continuará...